lunes, 11 de enero de 2021

La lectura como experiencia

Más allá del contenido de una obra, el simple acto de leer está asociado a una fuerte carga simbólica. Por ejemplo, la lectura se relaciona generalmente con la tranquilidad y la armonía, en el sentido en que se identifica con un momento de desconexión y relajación del individuo frente a su cotidianidad, en el que encontrarse con sí mismo y con sus pensamientos. En cuanto a la experiencia desde el punto de vista cultural, también se vincula a la adquisición de conocimientos y al enriquecimiento personal. Para la lectura de las obras del itinerario, he compaginado tanto los libros impresos como los archivos electrónicos (caso de las obras teatrales). Personalmente (y atendiendo únicamente a la experiencia, sin tener en cuenta el contenido de los libros), he disfrutado más de la lectura en papel, en parte porque me conecta de cierto modo con mi infancia, etapa en la que, como siempre me cuentan, acudía a todas partes con un libro bajo el brazo. Lo cierto es que hace un tiempo que leo con menos frecuencia, algo que achaco al aumento de mis responsabilidades académicas, de los estímulos electrónicos a mi alrededor y del tiempo que paso con mis amigos. Esto me produce cierto pesar, pues los libros siempre han sido el mejor amigo al que he recurrido cuando sentía la necesidad de estar conmigo mismo y, como digo, me transmiten cierta nostalgia de los momentos más felices de mi infancia.

Pero, como es lógico, el contenido de los libros no puede quedar eclipsado por la experiencia de la lectura. En efecto, las obras de lectura propuestas en esta asignatura me han dado la oportunidad de reflexionar sobre gran cantidad de temas, algunos de los cuales ni me había planteado. En este sentido, creo que la experiencia más enriquecedora fue la de Siglo mío; bestia mía, pues le di un sentido muy personal, dado que la obra me pareció propicia para ello. Siguiendo la metáfora de la autora de proceso personal como travesía marítima, adapté muchas de mis reflexiones originales a las situaciones de los personajes. La sensación de pasar desapercibido al ser el nuevo en llegar a un sitio me resultó muy familiar cuando la protagonista hablaba de un mundo que parece ignorar al individuo, y así lo reflejé en el comentario de la obra. También realicé un proceso de abstracción parecido con respecto al símil de las velas, donde encontré otra oportunidad para extraer mi propio significado aplicable a mi experiencia personal.

Por concluir con un ejemplo concreto (y que no haya mencionado en entradas anteriores), recuerdo una fragmento de Psicosis 4:48 que me llamó especialmente la atención. Este contexto de pandemia ha traído muchas consecuencias consigo, y entre las que más perjuicio han ocasionado se encuentra la consecuente disminución del contacto con nuestros seres queridos. Alejarme de personas importantes probablemente ha sido, a nivel personal, el efecto más nocivo de esta situación atípica. Volviendo a Psicosis 4:48, hacia el final de la obra recuerdo un fragmento en el que se enumeran una serie de razones que generan un sentimiento de plenitud, y que yo interpreté personalmente como una “lista de motivos para vivir”. La obra trata de justo lo contrario, así que me costó darle una interpretación a esa parte concreta dentro del texto completo. Sin embargo, a mí me llegó especialmente, pues yo lo percibí como un recordatorio para los momentos de fatiga emocional sobre las razones que me motivan a seguir adelante con mi día a día, que no son más que el cariño y la atención de las personas que a las que quiero y admiro.

Concluyendo, me alegro de haber tenido esta asignatura en este momento de mi vida, pues me ha ayudado a despertar de nuevo el gusanillo por la lectura y, ahora que ya he completado todas los libros pertenecientes al itinerario obligatorio de la asignatura, ya tengo una nueva pila de novelas en la mesa de mi escritorio que estoy inquieto por comenzar.


Javier Serrano Delmás

Psicosis 4:48

Psicosis 4:48 es una obra muy particular y seguramente no sea la idónea para iniciarse en la lectura de textos posdramáticos, pues lleva muchas de estas características modernas a un grado superlativo, resultando muy llamativo para el lector que no está habituado a estas formas de expresión. Por lo tanto, esta naturaleza le impide encajar del todo como pieza de literatura dramática. Como muchos textos teatrales experimentales, la palabra está subordinada por completo a la idea que el autor o autora quiere llevar al escenario y, por lo tanto, tuve la sensación de que la obra perdía bastante fuerza al contar solo con el texto, y no poder acompañarlo del resto de la función escénica que le complementa. Es una de esas piezas teatrales cuya representación escénica es indispensable en la idea con la que fueron concebidas, y cuya experiencia pierde significado fuera del teatro.

Pese a todo, el fondo de la obra salta a la vista. La intención de Psicosis 4:48 es representar la disfuncionalidad mental desde la propia disfuncionalidad mental. Es un retrato crudo y amargo, pero así es la vida de muchas personas que viven atormentadas por culpa de sus trastornos entre medicamentos, psiquiatras y fármacos químicos. Y, para entender cómo funciona una mente así, defiende la obra, hay que percibir el mundo como lo hace una mente así. El lector acompaña a su protagonista en esa espiral inagotable de la que no puede salir, y en la que los sentimientos de frustración, culpa, vulnerabilidad y soledad (con los que todos nos podemos sentir identificados) colman una mochila demasiado pesada con la que no puede cargar. En sus propias palabras: “La depresión es ira. Es lo que hiciste, quién estaba allí y a quién echas la culpa. [...] (Y yo me echo la culpa) a mí”.

Entre las características posdramáticas, encontramos varias a lo largo de la obra: la estructura fragmentaria, por la que la obra se compone de pedazos aparentemente inconexos entre sí; el interés por códigos multidisciplinarios, que se manifiestan en la hibridación de diálogos, secuencias numéricas y expresiones que rozan la lírica; predominio del caos como denominador común… Si entre todos estos tuviera que destacar uno solo, me quedaría con la exploración de la obscenidad. Esta se evidencia cuando se habla del cuerpo humano, pero, especialmente, con las intervenciones de la protagonista, en las que desarrollan diversos temas tabú, desde el deseo de la muerte, hasta las autolesiones, pasando por el trastorno y el suicidio, a cada cual más escalofriante, y que consiguen desestabilizar a aquel que los lee o escucha.

En definitiva, la obra de Sarah Kane transmite un mensaje ciertamente impactante, aunque ella probablemente solo deseara dejar constancia de su sufrimiento para liberarse en cierta manera de él. Tras leer Psicosis 4:48 al lector le queda el miedo de verse en una situación semejante, pues se plantea la posibilidad de que sea aún peor que la muerte. Según la lógica, y desde el punto de vista de una mente sumida en tan profunda depresión, la no existencia no tiene que percibirse como algo negativo. Al fin y al cabo, la existencia no es más que un producto de varias coincidencias aleatorias, y hay muchas otras cosas que no existen frente a las que sí. Si una persona puede llegar a aborrecer la suerte que ha desencadenado en su existencia, ¿hasta qué punto es mejor el sufrimiento que esa no existencia? Lo cierto es que para muchas personas no llega a compensar, como muestran los datos de suicidios. Yo, por el momento, seguiré firme en la convicción de que, cuando empiezan a aparecer este tipo de pensamientos suicidas en sus formas más básicas, siempre será conveniente compartirlos con alguien que no te juzgue o consultar a un especialista antes de sacar conclusiones precipitadas.

El género lírico y el freestyle

El género lírico se caracteriza por superponer la belleza formal del texto al contenido del mensaje. Para lograr esta belleza, los autores recurrían a la rima, la métrica y otros recursos retóricos y estilísticos. Todos hemos estudiado en el instituto la importancia de la métrica, de forma que las estructuras silábicas de un poema permitieran organizar los versos en estrofas ordenadas a través de la rima. De esta manera, las rimas conectan las frases entre sí y, si estas frases guardan relación y entre todas cuentan una historia o desarrollan una idea, la poesía estaría cumpliendo su propósito.


La princesa está triste,

¿qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa…


Al menos, eso es lo que hemos aprendido en la escuela. Porque es posible que, tradicionalmente, las estrofas siguieran patrones establecidos muy afianzados y la calidad de un autor dependiera de su capacidad para ajustar su mensaje a estos canones sin salirse de la estructura que estuviera desarrollando en ese momento. Sin embargo, el género lírico ha evolucionado en una dirección en la que la poesía adopta unas formas mucho más libres. En nuestros días, la expresión de sentimientos y sensaciones prima por encima de todo entre las manifestaciones poéticas, y los versos libres han dejado de ser elementos esporádicos en una composición, encontrando ahora poemas enteros en los que no hay ni una sola rima o que carecen en su totalidad de estructuras silábicas. Eso sí, sin descuidar en ningún momento la belleza del lenguaje, los recursos estilísticos ni la potencia del mensaje expresado.


Así son las expresiones poéticas en la actualidad, en las que predomina la libertad de los autores. Sin embargo, aún existe un lugar donde el cuidado de las estructuras métricas sigue siendo imprescindible. Hablo del freestyle. El freestyle no es otra cosa sino una vertiente de la cultura hip-hop que consiste en la improvisación del rap. Esto se puede realizar de manera independiente o en torneos que enfrentan a dos raperos; son las batallas de gallos que tanta fama están adquiriendo en los últimos años.


En una de estas batallas, el ganador se determina puntuando las rimas de los dos raperos. Una rima se valora en función de la propia rima, el contenido y la línea argumental de la batalla, a lo que se añade el sentido de la musicalidad. La rima es imprescindible en las batallas de alto nivel, pues conecta las frases entre sí y su ausencia hace que estas pierdan valor. La estructura silábica también es clave, pues las frases deben tener la extensión precisa para que cada rima coincida exactamente con los golpes de percusión de la base musical, lo que da fuerza a los versos. La extensión se relaciona a su vez con la musicalidad, pues entrar mal en la base también hace que una buena frase pierda todo su valor. Simultáneamente, los raperos deben dotar a sus frases de coherencia (buscando que tengan sentido y estén relacionadas entre ellas), utilizar los estímulos y temas que se les ofrecen y responder a los ataques de sus rivales con argumentos de peso que se impongan a los que reciben. Y, por si la dificultad fuera poca, todo esto debe ser improvisado en el momento en el que lo dicen.


Para ello, los freestylers organizan las palabras mentalmente en base a sus terminaciones, sus comienzos y a campos semánticos, pues, aunque no lo he dicho, las frases también serán mejor puntuadas en función de su complejidad, por lo que la presencia de referencias, juegos de palabras y dobles sentidos también aumenta el valor de una rima. Con esto, los freestylers construyen su personaje sobre el escenario y alimentan las intrahistorias y rivalidades de sus álter ego, a las que también hacen alusión en sus batallas. Es una disciplina compleja, mentalmente agotadora y que exige reunir una serie de capacidades cognitivas que no están al alcance de todos.


En definitiva, no quiero concluir que el freestyle es la evolución de la poesía, pues sería una afirmación muy tajante. Solo digo que, en la actualidad, el género lírico ha evolucionado de muy diversas formas. El freestyle es una de ellas, tan legítima como las demás, con sus complejidades y sus códigos propios, y es curioso comprobar que mantiene algunas de las características de la poesía en su forma más tradicional.


La de canguro no es competición, la de canguro es de unión,

es de Chile, de Argentina y de toda la región,

es la patada del pueblo en contra de la represión


Bibliografía:

  • Darío, R. (1896). Prosas profanas. España: Alianza Editorial.
  • Red Bull Batalla De Los Gallos. (2019). ACZINO vs WOS - Octavos | Red Bull Internacional 2019 [Vídeo]. YouTube. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=hpaBG68l-Vk [Consultado el 9-1-2021]

El concepto de frontera en el arte

De una u otra manera, el concepto de frontera ha sido muy explorado a lo largo de la Historia del arte. No es de extrañar, pues las manifestaciones artísticas a lo largo del tiempo no han sido más que un reflejo de la Humanidad desde su comienzo hasta nuestros día. Y en todo este tiempo, la frontera ha sido un concepto crucial para entender las relaciones entre los hombres. Una frontera es una barrera imaginaria que usan los seres humanos para separarse entre ellos, distanciando etnias, religiones, pueblos, culturas… Pero no es tan simple como una línea en el suelo, sino que detrás conlleva un buen número de cargas implícitas, desde el respeto o el odio, hasta el miedo. Las fronteras físicas existen, sí, pero las que han marcado la Historia no son más que convenciones sociales establecidas para clasificar y ordenar la Tierra. Detrás de este concepto tan simple, se han escondido tradicionalmente muchos intereses, siendo motivo de guerras y masacres que se han llevado por delante millones de vidas. Porque, tradicionalmente, la frontera un palmo más a la izquierda o a la derecha se ha traducido en más territorio, y por consiguiente, más recursos, más riqueza, más poder, más respeto. Detrás de todos los intereses, siempre acaba prevaleciendo el afán de poder del ser humano, que se siente seguro cuanto más abarca bajo su control, pero nunca se sacia, y esto se acaba pagando con vidas.

Como digo, este concepto de frontera ha sido explorado en todas sus versiones por el arte. En la Ilíada, la frontera es física y se corresponde con la muralla de Troya, esa barrera infranqueable que los aqueos eran incapaces de franquear pese a todos sus sacrificios. En La rendición de Breda, de Velázquez, el motivo principal es la guerra, una guerra en la que los flamencos intentaban levantar una frontera entre ellos y los españoles, pero la verdadera frontera presente en el cuadro es la que separa a los dos bandos, como si de un espejo defectuoso se tratara: el orgullo de los vencedores frente a la desolación de los vencidos (que poco reflejarían el desenlace final de la guerra), con los correspondientes generales moviéndose en el espacio liminal del centro. Respecto al cine, me vienen a la mente películas como Pocahontas y Avatar que, siendo muy diferentes, exploran en ambos casos la frontera entre dos mundos, el momento en el que confluyen dos mundos tan diferentes en su color de piel como en su percepción del universo que les rodea.

El ejemplo que desarrollo a continuación, perteneciente en este caso a la literatura, es bastante parecido a los dos casos anteriores. Se trata de Romeo y Julieta. Esta obra cumbre de la literatura escrita por William Shakespeare, también tiene una frontera ejerciendo como punto fundamental: la que divide a los Montesco y a los Capuleto. Esta es una barrera metafórica, imaginaria, aunque tiene su proyección física en la valla que separa sus correspondientes viviendas. La frontera es levantada por medio del odio y la rivalidad, e impide cualquier tipo de cordialidad entre los dos extremos. También simboliza, en cierto modo, lo prohibido, y los protagonistas de esta obra deciden cruzar juntos ese límite, sabiendo la presión que va conllevar desafiar los vetos implícitos: la relación de Romeo y Julieta es el ejemplo paradigmático del amor prohibido. Los protagonistas desafían el poder de la frontera y obtienen terribles consecuencias, representadas mediante el mayor de los castigos: la muerte. Así, la obra concluye sugiriendo que el sacrificio puede ser la única vía para derribar una barrera edificada sobre el odio. Como dato curioso para concluir, me gustaría cerrar diciendo que, hace unos años, tuve la suerte de ver esta obra representada en el Corral de Comedias de Almagro, que me parece un lugar único en el mundo para realizar representaciones teatrales. Curiosamente, este podría ser considerado un espacio liminal por su carácter anacrónico, al encontrarse justo en la frontera entre dos mundos: el pasado clásico y la actualidad.

La trabajadora

La trabajadora es una novela, cuanto menos, curiosa. Es una novela del día a día, que casa a la perfección con el ritmo de vida occidental que empuja a los individuos de un lado para otro como parte de su rutina cotidiana. La narrativa de Elvira Navarro resulta llamativa por eso, por como se detiene en los detalles y pormenores de la vida diaria, en las costumbres y pensamientos más banales, hasta que el propio lector se da cuenta de la absurdez en la repetición infundada de muchos de ellos. Desde el café de las cinco de la tarde, hasta los paseos o trayectos en bus recorriendo los rincones de Madrid. Con mucho sentido, esto va acorde a una de las intenciones de la autora detrás de este libro: prestar voz a su generación, mostrando cómo piensan, cómo sienten, cómo viven.

Esta es, de igual modo, una novela de su tiempo. Es una novela que no se conforma con ajustarse a los patrones tradicionales, sino que busca romper con algunos de ellos, y esto le lleva a compartir algunas características con otras obras de carácter vanguardista. En este sentido, la novela está muy marcada por su estructuración fragmentaria. Siguiendo esta idea, se divide en varias partes, diferentes y bien separadas entre sí. No es hasta que el lector avanza en la lectura cuando dispone de las herramientas necesarias para poder ir uniendo todos estos relatos diferentes, lo que contribuye a mantenerlo con expectación a lo largo de las páginas. También a esto me refería cuando decía que es una novela de su tiempo pues, de acuerdo con el carácter general de la historia, encaja muy bien con el ajetreo de la rutina diaria, dado que muchos de los capítulos tienen una extensión tan corta que pueden ser leídos aprovechando los breves momentos de espera que se generan al ir de un lado a otro, sin necesitar grandes cantidades de tiempo libre para terminar el libro.

Otra característica importante es la ausencia de rodeos en el lenguaje. La novela centra muchas veces su foco en aspectos que conciernen al ámbito de la obscenidad, especialmente relativos al sexo. Como consecuencia, la atención sobre el cuerpo humano es también bastante evidente, con descripciones y aclaraciones muy explícitas en varias ocasiones. De hecho, la segunda frase del libro ya marca terreno en este sentido: “Mi deseo se cifraba en que alguien me lamiera el coño con la regla en un día de luna llena”. Poco más se puede añadir.

Como conclusión, quiero hacerme eco de otra de las intenciones más evidentes de la novela. Una frase con la que concuerdo enormemente asegura que “una persona es ella misma y su contexto”. Elvira Navarro debe pensar lo mismo, visto el enfoque que hace en la novela sobre la salud mental. Es muy manifiesto que los trastornos mentales son uno de los temas principales del libro, pero la autora hace su contribución en este campo con un relato que presenta conjuntamente la alteración de la salud mental en nuestros días con el contexto social y económico que le rodea. Puesto que las circunstancias de cualquier individuo lo condicionan en todos sus aspectos, desde la toma de decisiones hasta el estado de ánimo, parece ilógico pensar que la salud mental no se rige por la misma norma, por lo que llevar a cabo una reflexión teniendo todo el contexto en cuenta resulta en un ejercicio inteligente.

Modelo dramático y posdramático en dos obras teatrales del itinerario

El teatro es, a fin de cuentas, todo texto concebido con el fin de convertirlo en una representación por medio de las artes escénicas. No obstante, esta idea se ha enfocado de maneras muy diversas y, como es normal, ha evolucionado a lo largo del tiempo. Como consecuencia, se puede establecer una diferencia clara entre teatro dramático, más acorde a los canones clásicos y tradicionales, y teatro posdramático, tendencias modernas de carácter experimental y vanguardístico. A continuación, se tomarán dos obras del itinerario de la asignatura para argumentar de qué manera se ajustan a una u otra corriente, y así desarrollar sus respectivas características.


Por un lado, tomaremos como caso de estudio Siglo mío; bestia mía. Según mi juicio, esta es una obra a caballo entre el teatro dramático y el posdramático. Sus similitudes con el teatro más clásico saltan a la vista, y tienen que ver con la manera en que está escrita. La historia se construye a través de los diálogos de los personajes, y las relaciones que establecen entre ellos, algo que se plasma en el papel a través de sus intervenciones, del mismo modo que ocurre en cualquier pieza tradicional teatral. Los únicos fragmentos más experimentales son los que la autora denomina como “cuaderno de bitácora”, aunque bien pueden interpretarse como soliloquios del personaje protagonista. El hecho de que el texto se sustente fundamentalmente a través de sus diálogos, favorece la fluidez e interpretación de la lectura cuando esta pieza se toma como literatura dramática, una característica que también comparte con el teatro dramático. En cuanto al contenido, se acerca más en este sentido a los textos posdramáticos. La ambigüedad de la historia o la exploración interna de los personajes son algunos rasgos de esta corriente presentes en la obra. Por su carácter personal, esta obra puede encuadrarse como parte de las dramaturgias del yo, concepto que desarrollaré después. Podría decirse, por lo tanto, que Siglo mío; bestia mía es dramático en la forma y posdramático en el contenido.


Un ejemplo de teatro clásico puramente dramático es, por ejemplo, La casa de Bernarda Alba. Este drama de Federico García Lorca, además de construirse a través de las características formales tradicionales ya mencionadas, desarrolla temas y personajes mucho más clásicos y, pese a la presencia recurrente de símbolos, la obra no produce mayores problemas de comprensión, pues reproduce una historia bastante más verosímil y accesible a todo tipo de público que los textos posdramáticos.


En la otra cara de la moneda se encuentra De noche justo antes de los bosques. En referencia a las cuestiones formales, esta obra innova mucho más que las dos anteriores, pues se trata de un monólogo sin interrupción donde no se distinguen ni intervenciones, ni pausas, ni anotaciones del autor… Todo el texto se corresponde con las palabras del protagonista, por lo que su representación en el teatro da más pie a incluir nuevos matices que los textos clásicos. A causa de la ausencia de puntos, su lectura es mucho más atropellada y caótica y, aunque esto va en consonancia con el propio contenido, dificulta su consumo como pura literatura dramática, lejos del teatro. En el teatro posdramático y, en esta obra en concreto, la palabra no es más que un punto de partida desde el que jugar con otros códigos, aunque esto sea imperceptible para el lector por carecer de la experiencia de la representación en el escenario. En lo que respecta al contenido, se ajusta a muchas características posdramáticas, por ejemplo, el predominio del caos en la obra y la atención puesta sobre los procesos de los personajes. Además, destaca también el interés por la obscenidad, al tratarse personajes e historias en espacios liminales, como son la marginación, la soledad o la vida en el extranjero. Por último, considero que De noche justo antes de los bosques es el ejemplo perfecto de las dramaturgias del yo, corriente predominante del teatro posdramático. La razón es que esta obra está muy marcada por la exploración personal de su protagonista y la indefinición de la frontera entre autor y personaje, algo común a las dos obras del itinerario citadas en esta comparación, pero más enfatizado en esta por la forma de monólogo que adopta.

De noche justo antes de los bosques

De noche justo antes de los bosques es una pieza teatral que, por la forma en que está escrita, no aparenta serlo. En algunos momentos puede ser confusa, y parece asemejarse más a un discurso narrativo que a uno dramático. No obstante, se trata de un soliloquio, un extenso sermón en el que su protagonista aborda al público insinuando llevar mucha prisa, hasta que lo que parecía una intervención fugaz acaba con los receptores siendo testigos de cómo ese extraño individuo se abre ante ellos y les ofrece toda su verdad.

El texto es el parlamento de un extranjero, que dice pararnos por la calle, al habernos visto débiles y desorientados, en el ir y venir del ajetreo diario, y que empieza a hablar sin interrupción de toda su percepción del mundo que le rodea. Sin preocuparse en ningún momento por la coherencia de lo que está diciendo, habla de como es todo desde su situación. Habla de la existencia de un colectivo enemigo que está por todas partes (al que se refiere en repetidas ocasiones como “los cabrones”), de lo juzgado que se siente constantemente, y de su perspectiva, desde la que todo el mundo delira y enloquece a su alrededor, mientras él les sigue la corriente intentando que no lo descubran y planea hacerse con el poder. La mirada de un extranjero solitario que va de un lado a otro y no encaja en ningún sitio. Sin duda, todo este mensaje del protagonista está íntimamente ligado con el aspecto más llamativo del texto: está escrito sin usar ni un solo punto ni ningún otro signo que pueda indicar pausa larga, de modo que todo conforma una especie de “oración” sin fin. Esto sugiere un relato atropellado, lo que contribuye a la sensación de prisa y agobio con la que empieza a hablar el extranjero. Así, cuando al fin termina, no sabemos bien si ha estado hablando durante horas o ha condensado todo ese mensaje en el breve instante en el que nos ha parado por la calle.

El parlamento es aprovechado para tocar de paso otros temas. Ya hemos mencionado su difícil encaje en una ciudad que no es la suya. Cada alusión a esa ciudad —y aclaro que esto es una opinión personal que no está fundamentada en nada más allá de mi impresión subjetiva— me hacía pensar en París, no sé si a causa de los puentes sobre el río, de las menciones a los franceses (nacionalidad del autor), o del amor pasajero de una noche. Otra idea secundaria es la de que todo el mundo está en su contra, y trata de engañarle o de robarle. También me parece interesante destacar sus referencias a la inmigración, a la gente que es empujada de un lado a otro buscando un sitio donde encontrar la estabilidad, pero que son movidos arbitrariamente como simples peones.

El monólogo fluye con transparencia, sin interrupciones, volviéndose algo incómodo en ocasiones. Sería incómodo que un extraño nos parase por la calle y nos hablase durante un rato largo, pero lo sería aún más si lo hiciese tan abiertamente. La obra juega de este modo con la obscenidad: al público nos suele incomodar que nos hable directamente una persona de los estratos sociales más bajos, un marginado, pues su sola presencia nos recuerda su existencia, la existencia de la miseria y la exclusión; nos recuerda que aceptamos acríticamente un sistema que permite todo esto, y nos hace sentirnos responsables de la situación, porque podríamos estar haciendo algo para evitarlo pero no es así.

En definitiva, la obra constituye el desahogo de un hombre que se siente extranjero y es consumido por la soledad. No obstante, no pienso que lo de extranjero sea literal. En este sentido, me recuerda a otra obra literaria de origen francés, El extranjero (de Albert Camus). Su título original, L’Étranger, ha sido traducido así tradicionalmente, pero también admite la traducción “El extraño”, que podría ser, en cierto modo, más adecuada. Este libro narra la historia de un hombre que se siente ajeno a su propia vida, de la que es más testigo que dueño, como si fuera un extraño para sí mismo. Creo que algo parecido le sucede al extraño de De noche justo antes de los bosques, quien, a fuerza de sentir que no encaja, se siente extranjero en su propia vida.